viernes, 15 de noviembre de 2024

LA VIDA QUE TENEMOS QUE NO QUEREMOS

 



Nicol se despertó, como todas las mañanas, al sonido insistente del despertador. Eran las 7:00 am y el cielo apenas comenzaba a clarear. Se levantó con un suspiro, sintiendo el peso de la rutina en sus hombros. Su vida, a los 45 años, se había convertido en una sucesión de tareas repetitivas, y la monotonía la envolvía como una manta pesada.

Sus dos hijas adolescentes, Marta y Clara, dormían profundamente en sus habitaciones. Nicol sabía que en poco tiempo empezarían a pedir cosas: "Mamá, necesito dinero para el almuerzo", "Mamá, ¿puedes llevarme a la práctica de fútbol?", "Mamá, necesito una camiseta nueva para el colegio". Las peticiones eran constantes y, aunque amaba a sus hijas más que a nada en el mundo, a veces deseaba un momento de paz, un respiro.

Bajó las escaleras, se dirigió a la cocina y comenzó a preparar el desayuno. Su marido, Javier, ya se había ido al trabajo. Su relación había perdido la chispa hacía tiempo. Las conversaciones eran mecánicas, casi siempre girando en torno a las necesidades del hogar o las responsabilidades con las niñas. La emoción y la pasión que alguna vez compartieron se habían desvanecido, dejando en su lugar una rutina cómoda pero insatisfactoria.

Después de dejar a las niñas en el colegio, Nicol se dirigió a su trabajo en una empresa de limpieza. Allí, se ocupaba de mantener las oficinas impecables, una labor que hacía con esmero pero que no le traía satisfacción alguna. La rutina diaria era cansada y monótona, pero hacía su trabajo con diligencia porque sabía que de ello dependía el sustento de su familia.

La presión de mantener esta vida comenzaba a pasarle factura a su salud. Nicol sufría de ansiedad, y los dolores de cabeza se habían vuelto frecuentes. Las palpitaciones en el pecho eran un recordatorio constante de su estrés, y muchas noches apenas lograba conciliar el sueño, preocupada por las interminables responsabilidades que la esperaban al día siguiente. Se despertaba cansada, tanto física como emocionalmente, y el ciclo volvía a comenzar.

Fue en el trabajo donde conoció a Juan. Juan era un hombre de 50 años, siempre con una sonrisa amable y una palabra sabia. Era el encargado de mantenimiento y, a diferencia de muchos, siempre trataba a Nicol con respeto y cortesía. Sus charlas durante los descansos eran lo más destacado de su día. Había en él una alegría y una sabiduría que a Nicol le faltaban, y se encontraba esperando con ansias esos momentos fugaces de conexión.

A medida que pasaban los meses, Nicol se dio cuenta de que se sentía atraída por Juan. No era solo su amabilidad lo que la atraía, sino la manera en que él veía la vida, con una alegría y un optimismo que ella había perdido. Sin embargo, cada vez que sentía su corazón latir más rápido al verlo, chocaba contra la muralla de su responsabilidad como madre y esposa. ¿Cómo podría permitirse sentir algo por otro hombre? ¿Cómo podría romper con su pasado y arriesgar la estabilidad de su familia?

Esa noche, después de un día particularmente duro, Nicol se quedó despierta, mirando el techo. Pensó en Juan, en la chispa que él había traído a su vida. Se preguntó si merecía sentirse viva de nuevo, si tenía derecho a buscar su propia felicidad. Las dudas y la culpa la consumían, pero también sabía que no podía seguir viviendo en una monotonía insatisfactoria.

A la mañana siguiente, con una mezcla de determinación y miedo, decidió hablar con Juan. Durante el descanso, lo encontró en la sala de descanso, como de costumbre. "Juan, ¿puedo hablar contigo?", preguntó con voz temblorosa.

"Claro, Nicol. ¿Qué pasa?", respondió él, con su sonrisa característica.

Nicol respiró hondo y comenzó a hablar, con el corazón en la mano. Le contó sobre su vida, su monotonía, y cómo él había traído una chispa de alegría que ella pensaba perdida. Juan la escuchó atentamente, sin interrumpir, y cuando terminó, tomó sus manos entre las suyas.

"Nicol, todos merecemos ser felices. No es fácil, y a veces significa tomar decisiones difíciles, pero nunca es tarde para buscar lo que nos hace sentir vivos", dijo Juan, con una calidez que la reconfortó.

Ese día, Nicol decidió que merecía algo más que la rutina. No sabía cómo se desarrollaría su futuro, pero estaba decidida a encontrar una manera de equilibrar su responsabilidad con su deseo de felicidad. Por primera vez en mucho tiempo, sintió una chispa de esperanza, y estaba dispuesta a seguir ese camino, paso a paso, día a día.

Esta historia es una ficción, pero refleja la realidad de muchas personas. Vivimos en una sociedad con una educación rígida que nos fuerza a llevar una vida impuesta. Muchas veces, lo que realmente deseamos es algo diferente, algo que no sabemos identificar con claridad, pero sabemos que nuestra vida actual no es. La presión de mantener una vida que no nos satisface puede costarnos nuestra salud y bienestar. La búsqueda de la felicidad y el sentido de propósito es un desafío constante, y es esencial permitirnos explorar, sentir y cambiar, en lugar de conformarnos con la monotonía.